Es una inclinación natural, una orientación específica hacia un modo de vida, no sólo hacia una profesión. Cada persona puede reconocerla escuchándose a sí misma, escuchando la llamada de Dios para su vida y escuchando con otros, en comunidad. A cualquier edad y de múltiples maneras. En el lenguaje bíblico decimos que Dios ha llamado a un pueblo y a muchas personas para una misión concreta y plural. Jesucristo comenzó su misión en la tierra llamando a hombres y mujeres como apóstoles y discípulos, congregando un pueblo nuevo. El Espíritu de Dios sigue llamando, buscando quien se comprometa con El. Estas llamadas son fruto de un encuentro personal en el que Dios toma la iniciativa y se hace notar de muy diversos modos: a menudo de manera imprevista, otras como parte de un proceso natural que viene desde la infancia, cercano al lenguaje del deseo, los proyectos y los ideales, también mediante el ejemplo de otras personas. La vida consagrada en la Iglesia tiene muchos siglos de historia, en los que acumula una sabiduría transmitida de generación en generación que permite acompañar y discernir; esclarecer, orientar la verdad de cada creyente con el fin de ayudarle a ser fiel a sí mismo estando disponible en el seguimiento de Jesucristo. Ayudándole a acertar en su proyecto de vida. Discernir la propia vocación implica ponerse en manos del Espíritu de Dios, dar pasos, afrontar miedos y arriesgarse, es una aventura en la que se decide mucha felicidad y fecundidad. La que Dios da a los que le aman.
miércoles, 4 de agosto de 2010
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